16Oct

Amanda conoció a Jaime por internet. Él vivía en el campo y pasaba por una mala situación económica. Amanda era menor, y no tenía permiso para ir a visitarle. Últimamente Jaime estaba algo distante, pero el día de su 18 cumpleaños la llamó por sorpresa. Parecía el de siempre, y la invitaba a venir al campo ahora que ya era mayor de edad. La idea le parecía estupenda.

Tomó el tren y bajó en una estación desértica a las afueras de su ciudad. Jaime estaba esperándola en un coche viejo, con la mirada cabizbaja y una expresión fría. Ella no parecía percatarse, ya que estaba emocionada de encontrarse con él.

–Feliz cumpleaños. Siento no darte el regalo que esperabas, pero tengo esperanza en que algún día lo comprendas.

–¡El mejor regalo es que podamos estar juntos por fin! Aún no me lo puedo creer.

El paisaje en el coche estaba despertando sensaciones extrañas en Amanda. Sentía escalofríos, y tenía la sensación de haber estado antes allí. Pero claro, eso solo eran sensaciones suyas. 

Al bajar del coche, le enseñó la granja en la que vivía. Un bosque rodeaba aquel lugar, la hierba era muy alta, la casa era de ladrillo visto, de dos plantas y un gran balcón.

Amanda miraba los alrededores del lugar, preguntándose cómo sería la vida tan lejos estando tan solo.

–¿No tienes vecinos? Me da cosa imaginarte tan lejos y solo.

A Jaime se le descompuso la cara. 

–Ellos no suelen venir aquí… pero hoy quizá nos hagan una visita, ya que estás tú aquí.

–¿Me conocen? Siento que este lugar me es familiar, pero eso es imposible, siempre he vivido en la ciudad.

–Estarás cansada. Ve a darte una ducha arriba, y baja a cenar. Mis padres vendrán más tarde.

Arriba vio un dormitorio y entró por curiosidad. En la pared descubrió una foto de una chica que se parecía muchísimo a ella, con un vestido rojo… Tras la fotografía estaba escrito el nombre de Ágata.

Miró en el armario, y encontró el mismo vestido. Le encantó así que, tras ducharse, se lo puso. Una sensación nostálgica hizo que amara más ese vestido.

Cuando bajó, Jaime volteó a mirarla y dejó escapar un pequeño grito de sorpresa al verla.

–¿De quién es esta maravilla? Siento si he sido atrevida al ponérmelo, es que me ha encantado. Me dijiste que no tenías hermanas, ¿Es de tu madre, quizá?

–Amanda, debo contarte algo. Siéntate y come, por favor.

–¿No vienen tus padres?

–Aún no…

–¿Sabes por qué este pueblo está tan deteriorado? Hay una leyenda que cuenta que se cierne una maldición sobre él. 


<<Al cumplir los 18 años, se enamoró perdidamente de un joven granjero que vivía cerca de aquí. El granjero estaba prometido con una chica de las afueras, y ambos estaban muy enamorados.

Cuando su hija se enteró de que el corazón de aquel chico pertenecía a otra mujer, perdió los papeles y se dedicó a maldecirles cada día. Incluso se dice que comenzó a usar magia negra, con ellos y contra todo el pueblo. Se dice que hacía que la desgracia acompañara a aquellos que ella maldijera.

Su familia intentaba hacerle entrar en razón, pero no consiguieron nada, incluso se marcharon del pueblo asustados por su poder. En un intento desesperado por que esta situación acabara, el chico del que estaba enamorada fue a su puerta y le pidió de rodillas que acabara con esto. Ella comenzó a reírse y lo echó de mala manera de su casa.>>


De pronto, Amanda soltó una risita en voz baja. Hasta ella misma se quedó sorprendida de su reacción y pidió disculpas a Jaime. Éste, continuó con la historia.


 <<–¡HA SIDO ELLA!¡LA BRUJA HA QUEMADO NUESTRAS CASAS Y NUESTRAS VIDAS!

Todo el pueblo fue a casa de la chica a buscarla. Aporreaban su puerta y gritaban su nombre:

–¡ÁGATA, BRUJA, SAL DE AHÍ, NOS HAS CONDENADO A TODOS!>>


Amanda sintió un escalofrío al oír ese nombre. Jaime le dedicó una mirada acusadora y acabó la historia.


<<–¡Aquí os dejaré en eterna desgracia, maldigo este lugar y os maldigo a todos! ¡Esta maldición comienza con mi muerte, y nunca podréis acabarla!

Tras decir estas palabras, Ágata acabó con su vida con sus propias manos.>>


–Dicen que algún día volverá, y ese día será nuestra… Podremos acabar con todo esto.

Jaime, con una mirada culpable, le dijo:

–Te queda igual que a ella.

Entonces se volvió para cogerle la mano con los ojos muy abiertos, y esta le quitó la mano levantándose con violencia, pero los pies no le respondían bien.

–¿Qué me has echado en la comida?

–Sabes que aquí no puedes ir a ninguna parte.

Amanda salió como pudo corriendo de la casa. Fuera estaba todo oscuro y desierto. En el campo no había farolas, ni coches, se había hecho de noche y ni siquiera había cobertura.

Mientras huía, vio una luz al final de la oscuridad… y también escuchó a su Jaime corriendo tras ella.

De pronto, escuchó que muchas personas se acercaban y comenzó a ver la luz cada vez más cerca. Entonces, tropezó con una piedra y se cayó. Cuando quiso levantarse, unas treinta personas estaban acechándola desde arriba.

Y una de ellas dijo:

–Bienvenida a casa, Ágata…


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